Un tal Lucas

Caminaré hasta que el desierto ceda bajo mis pies,  hasta que la arena se rinda de perseguir mis pisadas.  He de caminar el viento que se transforma en el único silencio que me habita. He de caminar toda duna que se ondule ante mi pretendiendo destino. Caminaré hasta que el desierto se quede sin aliento para seguir mi andar que busca.

Estoy sujeto a alguien que ha muerto. Cierro los ojos bien fuerte para evitar la verdad. Su muerte no fue sorpresiva sino inevitable. Aun así cierro los ojos y aprieto los puños. Que nadie pueda arrebatarme el aire de las manos. Nadie lo llora porque nadie lo ha visto morir. No hay funeral ni flores y por eso mismo estoy sujeto. Los que morimos en vida a veces nos aferramos a nuestra propia muerte. No nos dejamos ir en paz. Quienes éramos ya nos hemos ido y con ello todo lo amado y odiado. Mueres en vida y renaces o te sujetas hasta que ya sea tarde.

Es el temblor en el cuerpo que me lo indica todo. Tus ojos en la oscuridad. Tu comisura que se curva y entreabre tus labios. Es la comisura del temblor que nos inunda. Tengo los ojos abiertos porque siento a los tuyos borrar las sombras. Es el temblor del cuerpo que pronto nos sincroniza en una paz eléctrica. Es el temblor que nos convierte en centro y epicentro de nuestra propia pasión. Tus ojos en la oscuridad, tu cuerpo que se curva y se abre el camino a la calma. Nuestras comisuras se curvan y la paz tiembla con desenfoque fantasmal. Eléctricas se alzan nuestras almas en principio de algún fin .

Sólo bastó con saber que éramos del mismo planeta y nuestros dedos se entrecruzarían hasta parecer que no habría fuerza más grande para separarlos que aquella que los unía. Nunca supimos nuestros nombres, solos tomados de la mano entre la multitud.  Extraños y ajenos. Imperfectos y rotos. El uno para el otro en esa pequeña eternidad.  Las raíces del corazón entre los dedos.  Eso bastó para la curación.